martes, 17 de noviembre de 2009

La costa catalana que cambió el turismo

El gran cambio que sufrió la costa catalana a partir de la irrupción del turismo también se refleja en las fotos de Rossend Torras

En septiembre del pasado año se cumplieron cien años de la Costa Brava; o se cumplieron por lo menos cien años de que al periodista Ferran Agulló se le ocurriera bautizar a esta costa con un nombre que sería refrendado oficialmente, en 1965, por el Ministerio de Información y Turismo. Han pasado cien años y ha pasado todo un mundo desde que aquellos tranquilos pueblos de pescadores y de gentes que vivían de cara al mar y de espaldas al resto del país vieron cómo cambiaba radicalmente su vida gracias a una novedad llamada turismo. Las fotos de Rossend Torras Mir reflejan a la perfección cómo el paso de los años ha ido alterando la costa de la provincia de Girona, y también la población barcelonesa de Sitges.

Se observa en las fotos que el perfil de Cadaqués, que a tantos artistas ha inspirado desde hace años, apenas si ha cambiado. La fachada de la iglesia pintada de blanco sigue dominando, desde lo alto de un promontorio, este paisaje cubista, con la bahía en calma enfrente y la montaña del Pení, al fondo. Poco ha cambiado en la perspectiva general, pero si nos fijamos en los detalles, echamos de menos los cafés Marítim y Boia, que ahora se levantan en la misma playa, un sinfín de casas y las dos grandes bolas de la base que durante muchos años han presidido la montaña. Junto a la playa llama la atención una mujer vestida de negro que camina con un cántaro en la cabeza, con la vieja estructura del viejo Casino al fondo y con las barcas varadas en un espacio ahora invadido por los coches y los turistas. En otra de las fotos aparece, protegiéndose del sol con una sombrilla de estética oriental, Joaquima Darder, una familiar del que fuera director del Zoológico de Barcelona y creador del Museu Darder, donde se exhibió durante años el llamado Negro de Banyoles.

Al igual que Cadaqués, Sitges resulta también perfectamente reconocible en las fotos de Torras, tanto por su paseo con palmeras de ecos indianos como por la iglesia que domina el perfil de la población. El mayor contraste, de nuevo, estriba en la ausencia de vehículos y en la visión de unas barcas de pesca donde ahora los turistas se tumban al sol.

Donde más se advierten los cambios de la costa es, definitivamente, en la foto de S'Agaró tomada desde una terraza de la playa. Al fondo, donde desembocaba el pequeño torrente llamado S'Agaró, se levantaba en los años 20 un edificio estrambótico, de oscura filiación gaudinesca y rematado por un molino, que sería derribado cuando la familia Ensesa decidió levantar en este promontorio el Hostal de la Gavina, uno de los hoteles con más glamur de la Costa Brava.

Escribió el periodista Gaziel que la Costa Brava tuvo dos grandes momentos: el primero, en el siglo XIX, fue la llamada fiebre del corcho; el segundo, a partir de 1950, la irrupción del turismo de masas. De repente, unos terrenos junto al mar que no tenían ningún valor empezaron a cotizarse al alza. Fue un cambio decisivo que ilustra muy bien la siguiente anécdota que se cuenta de aquellos años: unos turistas franceses, admirados ante la belleza de la costa y la autenticidad de sus habitantes, detuvieron su coche ante un desconcertado payés y le preguntaron: “¿De qué viven ustedes?”. El payés, tras rascarse la cabeza, respondió: “Antes vivíamos de los cerdos y ahora vivimos de ustedes”. Definitivamente, fue un cambio sideral que se evidencia perfectamente en las fotos históricas de Rossend Torras.

Fotos: http://www.elperiodico.com/default%20asp/

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